La derecha está teniendo ahora mismo un comportamiento obsesivo-compulsivo contra nosotras y nosotros.
Su obsesión somos nosotros y sus compulsiones, todas las campañas que hacen en nuestra contra.
Para tratar a un enfermo de TOC, trastorno obsesivo-compulsivo, para que se pueda librar de su obsesión lo primero que hay que hacer es controlar, cortar, parar esas compulsiones, esos «rituales» que, se supone, el enfermo cree que llevándolos a cabo, se librará de lo que le obsesiona y del proceso mental mismo de obsesión, pero lo que hacen las compulsiones es todo lo contrario: retroalimentan esas obsesiones convirtiendo la vida del enfermo en un círculo maldito de compulsiones y obsesiones retroalimentadas y amplificadas por ellas mismas, las obsesiones y las compulsiones.
Bien. Los que acompañan al enfermo deben ayudarle a cortar esta dinámica viciosa que convierte la vida del enfermo y la de los que le rodean en un auténtico infierno de exasperación, ayudarle a base DE NO HACERLE NI PUTO CASO, ni a sus obsesiones ni a sus compulsiones.
Bien de nuevo. Es lo que debería hacer la izquierda institucional del Cambio. NO HACER NI PUTO CASO A LAS PROVOCACIONES CONTÍNUAS DEL PP, tirar para adelante con sus decisiones y, al que no le guste, que arree y mire.
adoranser
De acuerdo con Calamaro en algunas cosas, pero no en todas.
Nuestra democracia es parlamentaria, no es como la de Estados Unidos o Francia en donde, por ejemplo, el pueblo elige directamente al presidente del gobierno y, en el caso de Estados Unidos, también a los jueces. Debería se así. Claro que sí. Pero no lo es, y no lo ha sido, no sólo ahora, sino desde el año 78. Eso quiere decir que el pueblo elige directamente al parlamento y al senado, y es el parlamento el que elige al gobierno.
Ni siquiera en las democracias como en la de Estados Unidos o Francia existe eso de «tiene que gobernar la lista más votada». Eso, me va a perdonar Calamaro, es un argumento falaz que siempre emplea la derecha pero sólo cuando le conviene, ese y el de «coalición de perdedores». No se puede llamar perdedores a votantes que han votado a otras opciones que no son la tuya, es una gran falta de respeto y revela una manera de pensar, una dinámica profundamente antidemocrática. Esto no es una guerra en la que haya que ganar y aplastar al enemigo, porque no somos enemigos, somos personas que lo único que queremos es vivir en paz cooperando las unas con los otros.
Y si hablamos de mayorías, en cuanto a número de votos, que es la mayoría que debe contar, porque, en democracia, es el pueblo el que debe gobernar, pues casi doce millones de votos suman más que siete millones de votos, por mucho que se empeñen Rajoy y sus acólitos en cacarear lo contrario. Las matemáticas cantan. Y las matemáticas, por eso las amo profundamente, nunca mienten.
El tema del nombre de las calles y la Ley de Memoria Histórica. Lo primero, es una ley y hay que cumplirla. Lo segundo y más importante: siempre se ha planteado lo que sucedió en España en 1936 como una guerra civil, y no fue tal. Una persona, sublevándose contra un gobierno legítimamente elegido por el pueblo en votaciones legales, da un golpe de estado, la gente responde y consigue parar ese golpe de estado, luchando durante 3 años. Lucha que, al final pierden y tiene como consecuencia la implantación de una dictadura brutal durante 40 años de la cual aún sufrimos las consecuencias, sobre todo culturales. Recordemos que la mitad del ejército, así como la mitad de la guardia civil, se mantuvieron fieles al gobierno de La República, con lo cual, también tuvieron sus consecuencias cuando ganó el dictador.
Es decir, no se puede establecer en plano de igualdad a los que dieron el golpe de estado que a los que defendieron el orden constitucional, legal y democrático de La Segunda República. No fue una guerra civil, donde hubo dos bandos, sino, más bien, un golpe de estado amplificado ante el cual el pueblo español se resistió durante 3 años de duros combates, pero, que, al final, desgraciadamente, perdió.
Y tú haces referencia numerosas veces al dolor y sufrimiento que te causa el haber vivido, el recordar y el tatar de asumir, hechos terribles que sucedieron en tu entorno y que todas y todos lamentamos contigo. Pues bien, párate a reflexionar. El mismo dolor, porque el dolor y el sufrimiento no entienden de ideas políticas ni de colores, sienten todas aquellas personas cuyos familiares fueron ejecutados durante la guerra civil española y también durante muchos años después de la finalización de la misma, en un régimen dictatorial que en sus primeros 10 años fue de una extremada crueldad, represión y violencia contra la disidencia. Reflexiona, por favor, sobre esto que te digo. Y más cuando muchas de esas personas ni siquiera saben dónde están enterradas sus víctimas, para, al menos, ir a ponerles flores en su tumba. Eso lo hace aún más terrible.
Ese es el sentido de la ley de memoria histórica: acabar con el sufrimiento extremo que aún padecen las y los familiares de aquellas víctimas. Matar a gente está mal siempre, sea la causa que sea y tengan las ideas que tengan. Y hay que anotar también que las víctimas de uno de los bandos, tan lamentable el hecho de su condición de víctimas como la del resto, por supuesto, ya tuvieron su reparación, ellas y sus familiares, justa reparación, no lo argumento para enfrentar sino para comparar, y es de justicia que las víctimas del otro lado y sus familiares tengan también su reparación, reparación que ha esperado más de 70 años, casi 80 años de sufrimiento injusto, como si hubiera sufrimiento justo, pero bueno, es una expresión, 80 años de sufrimiento innecesario para esas y esos familiares. Las heridas de las dos Españas sólo se cerrarán cuando el otro lado también pueda llorar dignamente a sus víctimas. El sentido de la Ley de Memoria Histórica no es de enfrentar y reabrir las heridas, sino más bien de reconciliar para poder cerrarlas. Pero no se podrán cerrar, insisto, hasta que las víctimas del bando que no ha podido llorarlas dignamente, pueda hacerlo.
Es de justicia y además es honorable, en cualquier conflicto, que se deje a todos, y, en este caso, a los vencidos, llorar a sus víctimas dignamente. Es este caso concreto de la guerra civil española, no se ha dejado a los vencidos en el conflicto llorar dignamente a sus víctimas y eso, cuanto menos, es bastante miserable. La dignidad no es ganar o perder, sino, más bien asumir adecuadamente la victoria, así como la derrota. El vencedor ganaría dignidad permitiendo a los familiares llorar dignamente a sus víctimas, y las víctimas y sus familiares recuperan su dignidad cuando se les permite hacerlo.
Las heridas, no se pueden cerrar en falso porque si se niega lo que pasó y la gente se hace cómplice con su silencio e incomprensión, el sufrimiento de los familiares de las víctimas se incrementa hasta niveles humanamente insoportables.
En cuanto a la calificación de la izquierda. Yo también estoy de acuerdo con esa calificación. Pero no toda la izquierda es así. Y Podemos no es exactamente un partido de izquierdas al uso, sino que somos otra cosa: somos los de abajo contra los de arriba, pero no porque seamos súper revolucionarios guays del paraguays, sino porque los de arriba nos están jodiendo a todas y a todos y, hombre, algo habrá que hacer para pararlos y poner en práctica otras políticas con las personas como primera prioridad y ya, nunca más, el capital. Podemos no es un partido de izquierdas al uso, sino más bien, el partido de la gente. Y no es un eslogan súper atómico, que además lo es. Es la verdad.
Y en cuanto a que muchos artistas súper progres pero que luego viven en La Moraleja sólo se mueven cuando les tocan el IVA, pues sí es cierto. Pero hay muchísimos más artistas, la mayoría nada conocidos, que no se mueven por dinero sino por el motivo original por el que el ser humano realiza las obras de arte: porque siente esa necesidad imperiosa y para crear belleza que compartir con las y los demás. Claro, cada una y cada uno entienden la belleza de una manera diferente y es una belleza en sí misma el saber respetar y convivir con esas diferencias de apreciación.
El arte no es una cuestión de dinero, ni de prestigio, ni de fama. El arte es sólo una cuestión del arte, de hacer arte porque sí. Porque el artista, el verdadero artista, no hace arte por prestigio ni por dinero, sino porque no le queda más remedio. Está obsesionado con crear y siente esa compulsión que no puede parar ni evitar. Y luego, ese arte que crea, es apreciado o despreciado, en realidad, tanto da, lo importante es que genere una reacción, un sentimiento, una reflexión, ese arte luego es apreciado o despreciado por el resto de las personas que pertenecemos a la comunidad humana.
Y eso es el Arte.
Y en cuanto a la Libertad. Somos seres humanos que deben verse tanto en su faceta individual como en su faceta colectiva, las dos a la vez, son las dos caras de una misma moneda. Tan mal está el liberalismo exacerbado que predica la derecha, o una parte de la derecha, entendido sólo en sentido individual, como el comunismo exacerbado que predica la izquierda, o una parte de la izquierda, entendido sólo en sentido colectivo.
La Libertad, o es colectiva e individual a la vez, o, simplemente, no es. Si vivimos en una sociedad capitalista, que, socialmente se desentiende totalmente de las personas y cada uno se tiene que buscar la vida por su cuenta, pues, aunque se te «permita» todo, aunque se te dé «libertad total» pues luego, no puedes ponerla en práctica porque estás en paro, o trabajando 15 horas diarias, o cobrando un sueldo de miseria, o enfermo y no tienes dinero para pagarte el tratamiento, etc.
Por el contrario, si vivimos en una sociedad comunista en la que se prima lo colectivo por encima de lo individual, la gente tiene cubiertas todas las necesidades, todas, de manera gratuita, pero no puede disfrutar de ellas, puesto que el agobio que supone el no poder moverte ni siquiera para respirar, hace que seas infeliz.
¿Qué hacemos entonces? Crear una sociedad en la que todas las necesidades materiales y culturales estén cubiertas (libertad colectiva) y, además, y con la misma y exactamente igual importancia, en el que la libertad individual esté totalmente garantizada y protegida por las leyes que gobiernen esa sociedad.
Y esto, si no es comunismo ni capitalismo, ¿cómo se llama? Se llama Ecofeminismo. Son las nuevas sociedades, en este sentido del que te hablo, que se están diseñando, creando por pensadoras, sociólogos, políticas, economistas, cualquier persona que quiera participar en esta labor de creación y puesta en marcha de estas nuevas sociedades, las Sociedades de la Felicidad, personas entre las cuales me encuentro yo. Te recomiendo, seguro que ya lo has hecho, que leas mi artículo de hace unos días, llamado «Se abre la ventana de oportunidad mundial. Las Sociedades Ecofeministas», artículo donde explico todo esto, y que busques información adicional, para que puedas juzgar por tu cuenta, sobre Ecofeminismo.
https://adoranser.wordpress.com/2016/02/22/se-abre-la-ventana-de-oportunidad-mundial/
Es un trabajo que lleva más de una década haciéndose y que, ahora, está empezando a dar sus frutos.
Gracias y saludos.
Te recomiendo que leas a Calamaro…
No soy optimista con la izquierda de los papanatas, los resentidos, los antisistema, los antisemitas, animalistas y marginales culturales. No soy optimista con la izquierda de los narcisistas, charlatanes, inquisidores, puritanos y moralistas. No soy optimista con la izquierda de la prepotencia, con los pactos que no responden ni reflejan a las mayores voluntades, ni con las prohibiciones seriales o la promesa de una brecha en donde con suerte quedamos algunos de un lado y enfrente amigos, familia y conocidos separados por esa falla (eso si no caemos en el abismo de la brecha misma).
No entiendo un sistema donde la voluntad de los más no representa nada en el sistema democrático, ni entiendo una democracia que desoye las minorías con la excusa de referéndum para todo. No entiendo un sistema donde se considera normal que aquellos que recibieron más votos, sea para sostenerse o para corregirse, no tengan opciones porque deciden los pactos y no las gentes.
Hay una minoría que tiene beneficios hinchados por campañas sostenidas en cadenas de televisión cautivas o cautivadas por el negocio redondo. Una minoría con derecho a llevarse los derechos por delante, empoderados por la inexperiencia de la aldea digital: una ciudad sin esquinas donde curtirse el cuero, el terreno de los bobalicones llenos de razones, la cancha de las contradicciones en una entrecomillada superioridad moral que llega desde la orilla izquierda de un río que huele a podrido.
Se allana el territorio de las libertades todas. Las tradiciones no son buenas razones por el sencillo hecho de que sin abrir siquiera un libro cualquiera puede compararlas arbitrariamente con otras tradiciones, que sirven para ofrecer el concierto de falacias incompetentes, que tanto gustan en el patio de colegio de la ciénaga digital y la opinión serial sectaria. El concierto cultural, temeroso o equivocado, parece vivir una segunda adolescencia y responde a lo más encharcado de los tópicos populistas y progresistas entre comillas.
Aturde el silencio de los músicos más que un ciento de amplificadores a volumen once. Abochorna la blanda reacción de los actores de la cultura, otrora profesionales del pasotismo y la próxima cerveza, ahora reconvertidos en mercenarios chic de la indignación por el IVA cultural más alto de Europa. Cierto es que indigna.
El acoso y derribo de las libertades individuales (que nos disgustó cuando se estrenó la ley de mordazas) parece ir a más en el desdichado concierto de prohibicionismos de tonalidad populista: la persecución de la garrapiñada calórica, el acorralamiento de los nombres de las calles como maquillaje de solución a los problemas que importan realmente, el desenfocado enfoque en una corrupción que todos sospechamos o supimos en tanto hayamos leído los periódicos en algún momento de los últimos veinte años (conflicto improcedente pero bien solventado por un poder judicial que funciona, al punto de sentar en el banquillo a miembros de la Familia Real y la real aristocracia balompédica). Se desprecia la voluntad y la alegría de nosotros, la gente. Entre la gente me incluyo: mi tribuna no son los premios al cine y mi gremio es el más castigado por la indiferencia, las vueltas de la vida, la acción tributaria, las complicidades del sistema, el fluido digital que invita a vivir concentrado en una pantalla que nos hace esclavos de una realidad virtual en forma de embudo.
No soy optimista con la nueva realidad porque es virtualmente una bomba de tiempo para el individualismo y la variedad cultural.
No creo que sea tan importante vivir conectados a una incógnita y con una potencial cámara de fotos siempre lista para perpetuar un instante sin lecturas ni buenos discos. La pregunta que me hago con frecuencia tiene relación con el conjunto de debilidades que permite semejante concierto de desconciertos. Una opinión transgénica donde no importa la voluntad de la mayoría ni se respeta la libertad de las minorías, salvo si estas minorías son tres mosqueteros complutenses dispuestos a cualquier chicana para encontrar al pobre socialismo con los pantalones bajos y dispuestos a agachadas ya demostradas en las elecciones municipales. Los previstos resultados de un pacto que es una burla a un sistema democrático, y por tanto republicano, permiten atentados contra la libertad de los trabajadores, como la pinza de minorías intolerantes que acorralan todo lo litúrgico, folclórico, poético, bonito, libre y soberano, caso de la voluntad tauromáquica del pueblo balear.
Servidor coqueteaba con la izquierda revolucionaria hace cuarenta años, hasta que cierto nihilismo en clave de cine americano y cultura rock me reconvirtió en un actor dudoso para la superioridad moral de la izquierda de los papanatas.
Hace treinta años, que son años, me encontraba en actitud lisérgica y en mi trinchera contracultural, en un mundo donde la crisis social y económica es una maldición constante y sonante.
Hace veinte años, desde mi atalaya del barrio de Malasaña, era yo un francotirador oposicional, un confeso votante de una izquierda que se presentaba unida -aquella izquierda- como actor progresista incapaz de prohibir costumbres populares, porque costumbre es cultura y eso está fuera de discusión.
Me enfrentaba con normalidad a puritanos, moralistas y reaccionarios, por el sencillo hecho de ser yo mismo y a mi manera.
Hace diez años celebraba mi regreso de los infiernos de la experiencia tóxica, una herramienta para apoderarse del tiempo y escribir cien canciones por semana o por día (según las palabras dichas por el eterno David Bowie en el año dos de la era milenaria), volvía con gloria a los escenarios de España y me dejaba conquistar por América. Nada me hacía suponer que los años digitales devendrían en inquisitoriales leches y Reich animalista respondiendo a estrategias de propaganda mercenaria desde una cadena de televisión acostumbrada a los billetes iraníes de a 500 y a una ideología poliédrica, en plena construcción de una realidad virtual que puede con todo, siempre que encuentre al resto con los pantalones por las rodillas.
¡Libertad, divino tesoro!