Corre el año 2070. Un nieto y su abuelo salen a pasear por el parque. Todo está tranquilo, reposado, feliz. Los demás niños y niñas juegan alegres y contentas.
Matías, que es nieto del que os hablo, cansado ya de la tierra y los columpios, se acerca a su abuelo, Esteban, que con sus setenta años – Hace ya más de diez que se jubiló – contempla con amor e ilusión a su nieto, sabiendo el halagüeño futuro que le espera.
“Abuelo, abuelo, cuéntame otra vez cuando las personas dejaron de ser esclavas, por fa, abue, por faaa, cuéntame el cuento de la gente que quería ser feliz y no normal.” – Dice Matías.
Esteban, sonriente, con esa sonrisa calmada, placentera, pero sobre todo segura y reposada que da la sabiduría, haciéndose el remolón, finalmente accede a la petición de su nieto.
”Está bién, Matías, está bien. Ven, siéntate aquí y no me interrumpas. Esta historia es muy importante que la recuerde todo el mundo. Ya sé que la estudiáis en el colegio, pero no está de más recordarla de cuando en cuando.”
El anciano comienza el relato:
“Corría el año 2015. Yo apenas tenía quince años y, por aquella época, estudiaba en el instituto.
Recuerdo lo convulso de la época: los que mandaban entonces habían inventado una cosa que se llamaba crisis.”
“¿Qué es una crisis, abuelo?” – Le interrumpe Matías.
“Te he dicho, Matías, que no me interrumpas, ahora lo entenderás. Sigo.
A pesar de que había de toooodo en el mundo de sobra para toooodas y tooodas las personas, la gente que mandaba, se había vuelto muy muy mala, y se dedicaron, desde que yo era pequeño, a decirle a la gente unas mentiras muy muy grandes. ¿Sabes que mentir está mal, verdad, Matías?”
“Sí, abue, lo sé. Sigue, sigue, por favor.” – Contestó el nieto.
“Bien. Estas personas tan malas que mandaban, como digo, se dedicaron a contarle a todas las personas del planeta muchas mentiras: que faltaba dinero, que faltaba trabajo, que faltaba comida, que faltaba de todo.”
“¿Qué es el dinero, abue? A veces hablas de él pero nunca me acuerdo de lo que es.” – Interrumpe Matías.
“¡Matías, leñe! ¡Que no me interrumpas! Sigo.
Bien. Tooodo el mundo se creyó esas mentiras a pesar de que los datos contradecían todo esto, pero, a base de creerse todas y todos estas mentiras, pues resulta, que al final entre todas y todos las hicieron verdad. La gente se quedó sin trabajo, sin dinero, sin casas, sin nada, la gente ya no tenía nada.
Todas las mentiras se hicieron verdad excepto una: seguía habiendo de sobra para todos, lo que pasaba es que esa gente tan mala que mandaba se lo había quedado todo para ellos y lo habían ocultado en unos castillos oscuros, de gente malvada que existían en aquella época que se llamaban bancos.”
“¡Jopéee , abue, no entiendo nada! ¿Qué es un banco, abuuue, qué es un banco?” – Volvió a interrumpir el nieto.
“Pues Matías, ni más ni menos que los bancos eran los graaaandes castillos de la gente malvada que gobernaba en aquella época, con los que a través de las armas y los ejércitos que tenían en aquellos castillos de gente malvada, esclavizaron a todas las personas durante toda aquella época. Todos éramos esclavas y esclavos de los bancos y todas y todos teníamos que trabajar en trabajos muuuy desagradables para los bancos.”
“¡Qué malos, abue, qué malos! Abue, es que no entiendo casi nada… ¿Qué es un trabajo desagradable?” – Preguntó Matías.
“Algo que te obligan a hacer en contra de tu voluntad, que no te gusta, que te tratan mal y encima te pagan poco.” – Contestó el abuelo.
“Jooopeee, qué miedo, abue. Abue, abue, no paras de decir cosas raras que no entiendo… ¿Qué es pagar?” – Le espetó el nieto.
“¡Releches, Matías! ¡No me interrumpas más, déjame que acabe la historia! El próximo día te la va a contar Rita… Sigo.
Bien. Lo peor de todo esto es que la gente ni siquiera se daba cuenta de que ellos eran esclavos, se pensaban que vivían la vida que era normal, de la gente normal, haciendo cosas normales y que eran libres, tal como lo era la gente normal o que ellos consideraban normal.”
“¿Qué tontos, no, abue?” – Se río Matías.
“¡Matías, calla y escucha!
Sucedió que muchas de esas personas se empezaron a cansar de ser tan normales y tan infelices y algunas de ellas recordaron que el fin último del ser humano es ser feliz, no ser normal.
Estas personas empezaron a despertar la conciencia individual y colectiva de los esclavos para hacerles ver que ellos no habían nacido para ser normales, sino para ser felices.
La gente se dio cuenta de su profunda infelicidad y, los que fueron despertando, despertaron a más gente aún. Al final, casi toda la gente estuvo despierta y decidió ser feliz en lugar de ser normal.
Claro, la gente que quería ser feliz se tuvo que enfrentar a la gente que quería ser normal y que no quería despertar.
Y se tuvo que enfrentar, sobre todo, a los malvados gobernantes de aquella época, asaltando los castillos de la gente malvada, que se llamaban bancos, luchando contra sus armas y ejércitos de gente malvada, que se llamaban expertos, economistas, consultores, brokers, política de mercado, recortes, ajustes, estrés, rendimiento, competitividad, publicidad, expansión y represión.
La gente que quería ser feliz y no normal, en lugar de esos ejércitos y esas armas, tenían sabios en lugar de expertos, tenían el conocimiento colectivo, el bien común, el consenso, la asamblea, el respeto, la cooperación, la razón, la lógica y el sentido común, pero, sobre todo, lo más importante sobre todas las cosas que tenía la gente que quería ser feliz y no normal, era un sentido de la justicia a prueba de toda manipulación, egoísmo y corrupción, es decir, un sentido de la justicia implacable.
Así, al poco de que yo tuviera quince años, en el año 2020, las personas que querían ser felices y no normales, una vez derrotados los ejércitos de los gobernantes malvados y destruídos sus castillos llamados bancos, tomaron el control de la humanidad, que es la que conocemos hasta ahora y que, afortunadamente, será así para siempre.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.”
“¡Gracias, abue! ¡Este cuento me gusta mucho! Aunque no entiendo muchas de las cosas raras que cuentas, salvo cuando llegas al final del todo, que sí entiendo lo que dices.”
Y el niño volvió sonriente y feliz a jugar con sus amigas y amigos en el parque.
El abuelo, recuperó su sonrisa calmada y sabia y se reclinó en los asientos del parque. Ya ni siquiera eso se llamaba banco.
adoranser